Velas para los Santos: Fe Popular, Resistencia Silenciosa…

Velas para los Santos: Fe Popular, Resistencia Silenciosa…
La escena se repite en miles de hogares argentinos, en capillas de barrio, en templos populares y hasta en esquinas improvisadas: una vela encendida frente a una imagen de un santo. La llama titila con humildad, pero su sentido es profundo. No hay discursos teológicos ni ceremonias oficiales, pero hay una devoción que se hereda, que se siente en la piel, que arde con el mismo fuego que mantiene encendida la esperanza.
Prenderle una vela a un santo es mucho más que un gesto. Es parte de una religiosidad popular que atraviesa generaciones, mezclando creencias católicas, saberes indígenas, prácticas criollas y urgencias cotidianas. Es una forma simple, íntima y poderosa de hablar con lo invisible, de poner el alma en una llama, de pedir sin gritar, de agradecer sin aplausos.
Entre todos los santos del calendario, hay uno que convoca multitudes cada 7 de agosto: San Cayetano, patrono del pan y del trabajo. En cada rincón del país, su imagen sostiene una espiga de trigo en una mano y un niño en la otra. Es el santo de los pobres, de los desocupados, de los que hacen fila en silencio, con estampita en el pecho y lágrimas contenidas.
Paz, pan y trabajo. No hay consigna más clara, ni más urgente. Quien prende una vela a San Cayetano no espera milagros espectaculares. Espera lo básico: un trabajo digno, un plato en la mesa, la tranquilidad de que mañana no será peor que hoy. Y lo pide con respeto, con fe, con la humildad de quien no tiene nada más que ofrecer que su esperanza.
Prender una vela no es un gesto vacío: tiene fuerza simbólica. La luz representa la presencia espiritual, el pedido que asciende, la ofrenda sin palabras. Cada llama encendida habla de una historia: una madre sin empleo, un abuelo preocupado por sus nietos, un joven que no encuentra rumbo. La vela arde por ellos, y por todos los que alguna vez sintieron que Dios no los escuchaba en los templos, pero sí en la calle, frente a una imagen sencilla.
Esta práctica no se aprende en catequesis ni se impone desde un altar. Se transmite en la cocina, en la vereda, en las promesas susurradas. Es una fe sin intermediarios, que no necesita permiso para creer ni ritos para validar su profundidad. La religiosidad popular, tan viva en América Latina, es una forma de resistencia espiritual. Porque en tiempos donde todo parece fugaz, el acto de encender una vela es elegir creer. Es hacer un pacto con lo intangible, una alianza con la esperanza.
Y sí, cada vez somos más los que prendemos una vela. Porque la crisis no es solo económica, también es emocional y social. Y en medio del desencanto, muchos buscan en los santos lo que no encuentran en la política, en el mercado, en los discursos vacíos. San Cayetano no promete, escucha. No promete riqueza, escucha la necesidad. No pide votos, recibe ruegos.
En su festividad, no solo pedimos trabajo: pedimos dignidad. No solo pan: pedimos justicia. Y, sobre todo, pedimos paz: esa paz cotidiana que se parece al descanso, al abrazo de un hijo, a la certeza de que la vida vale la pena.
Prender una vela es un acto de fe, de memoria, de lucha silenciosa. En cada llama está el reflejo de una Argentina que aún cree, que no se resigna, que sigue buscando luz en medio de la oscuridad. San Cayetano, con su rostro sereno, la espiga y el niño, sigue siendo un símbolo de esperanza colectiva. Mientras haya quien le prenda una vela, habrá quien no se rinda.

Redacción: Fm 98.7  “Un nuevo concepto en radio”