Generalizar es una forma de injusticia: medios, poder político y el rol de la denuncia.

Generalizar es una forma de injusticia: medios, poder político y el rol de la denuncia.
Generalizar, especialmente en contextos donde las relaciones son cercanas y todos se conocen “detalle más, detalle menos”, implica el riesgo de cometer injusticias. En los pueblos, esos espacios donde lo privado y lo público se entrelazan, poner a todos en la misma bolsa no solo es un error, sino una falta de respeto a la verdad. Decir “los medios” o “los políticos” sin distinguir, sin matices, sin nombres, es contribuir a una visión borrosa de la realidad. Y en tiempos donde la información es poder, esa borrosidad puede tener consecuencias serias.
Se suele hablar de “los medios” como si fueran una entidad única, homogénea, con una única agenda. Sin embargo, sabemos bien que cada medio responde a intereses, ideologías, vínculos o, en el mejor de los casos, a la ética profesional. En ese contexto, surge una pregunta clave: cuando el poder político, incluso en su rol opositor, no denuncia hechos de corrupción o irregularidades en la función pública, ¿es responsabilidad de los medios salir a exponer lo que otros callan?
La respuesta es compleja. Los medios tienen una función social y, en muchos casos, una vocación: la de informar, señalar, investigar. Pero también son actores en un entramado que incluye presiones, conveniencias y limitaciones. No obstante, cuando un medio decide “hacerse eco” de un hecho y exponerlo, y el poder político, que debería acompañar, profundizar, o al menos responder, elige mirar para otro lado, se genera una disonancia peligrosa. Porque lo que se calla también comunica, y muchas veces con más fuerza que lo que se dice.
¿Y cuándo se agota un tema? ¿Cuándo se puede decir que ya se “cubrió” un hecho, que ya está dicha toda la verdad posible? ¿Debe el medio seguir, insistir, ser una gota constante sobre la piedra del poder? ¿O debe dar un paso al costado cuando ya nadie escucha?
Quizá la clave esté en no perder el eje: los medios no deben callar cuando hay algo relevante para decir. Tienen una obligación con la sociedad, con la transparencia, con la verdad. Pero esa obligación no los convierte en los únicos responsables del debate público ni en reemplazo del rol político. El silencio de los actores institucionales no puede ser justificación para el abandono del tema, pero tampoco puede ser responsabilidad exclusiva del periodismo sostenerlo.
En definitiva, no se trata solo de medios ni de políticos, sino de una comunidad que, si aspira a la justicia, no puede conformarse con verdades a medias ni con el silencio cómplice. Y mucho menos, con la comodidad de la generalización.

Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”