El problema de las plantas cerealeras dentro de los pueblos: contaminación, omisiones y desidia.

El problema de las plantas cerealeras dentro de los pueblos: contaminación, omisiones y desidia.
En muchos pueblos del interior argentino, las plantas cerealeras fueron instaladas décadas atrás, cuando el crecimiento urbano aún era incipiente y la prioridad era acercar la infraestructura agroindustrial al ferrocarril o a las rutas. Sin embargo, el tiempo pasó, las ciudades crecieron, y esas plantas quedaron insertas en pleno corazón urbano. Hoy, lejos de ser solo una reliquia industrial, representan un grave problema ambiental y de salud pública.
Uno de los aspectos más evidentes de esta problemática es la ventilación del cereal. Durante estas operaciones, la granza, ese polvo fino, mezcla de cascarilla, hongos, pesticidas y tierra, se esparce por el aire, invade casas, patios, plazas, y termina depositándose en suelos y cuerpos de agua. No solo es una molestia visible y constante, sino también un agente contaminante que afecta directamente la calidad del aire que respiran los vecinos.
El impacto ambiental no se limita al aire. La acumulación de granza en el suelo puede alterar la composición del mismo, afectando la vegetación y contaminando el agua por escurrimiento. Esto se agrava cuando las lluvias arrastran esos residuos a canales o lagunas cercanas. En zonas donde el agua potable proviene de napas subterráneas, la amenaza se torna aún más preocupante.
A pesar de la gravedad del problema, las autoridades locales muchas veces hacen oídos sordos. La falta de planificación urbana, la ausencia de regulaciones específicas o la escasa voluntad de hacerlas cumplir, expone la poca o nula capacidad de muchos concejales para legislar con perspectiva ambiental y sanitaria. En ocasiones, las normas existen, pero no se controlan ni se sanciona su incumplimiento. Las relaciones de poder, los intereses económicos y el temor al conflicto político bloquean cualquier intento de solución real.
Mientras tanto, la población queda relegada al rol de espectadora impotente. Las redes sociales funcionan como espacio de catarsis, donde se denuncian, documentan y comparten las consecuencias visibles de la contaminación. Pero todo queda allí: en posteos, en historias efímeras, en comentarios que se pierden en el algoritmo. La vida cotidiana sigue, y con ella el polvo, el ruido, el abandono.
Es urgente repensar el lugar de las plantas cerealeras en el entramado urbano. Es necesario exigir a los gobiernos locales una verdadera política de ordenamiento territorial que priorice la salud y el ambiente por sobre los intereses económicos de unos pocos. La relocalización de estas plantas fuera del ejido urbano, la implementación de tecnologías de mitigación de emisiones y, sobre todo, la participación activa de la ciudadanía en la elaboración de normativas, son pasos indispensables.
El problema no se resolverá solo. Requiere decisión política, presión social y, sobre todo, la convicción de que no podemos acostumbrarnos a vivir contaminados.

Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”