El riesgo país y la ñata contra el vidrio…
El riesgo país sube. El dólar se dispara. Los mercados se inquietan.
Así hablan los diarios, los analistas, los funcionarios. Como si todo se resumiera en gráficos y pantallas, en un pulso invisible que solo algunos saben leer.
Pero en mi vida, en la de millones, esas palabras se traducen de manera brutal: menos comida en la mesa, menos chance de ahorrar, más incertidumbre. Porque mientras ellos discuten sobre si el Tesoro tiene respaldo o si Estados Unidos nos guiña un ojo, yo sigo sin llegar a la canasta básica.
No tengo aguinaldo. No tengo vacaciones. Vivo contando las monedas. Y cada vez que en la televisión se festeja un acuerdo con el FMI o un “Respaldo internacional”, yo lo traduzco de inmediato: más deuda a futuro. Más ajuste disfrazado de “Confianza de los mercados”. Más promesas que nunca llegan hasta la vereda donde vivo.
El riesgo país parece una abstracción financiera. Pero termina siendo mi riesgo concreto: que suba el alquiler, que aumente el boleto, que la changa se caiga porque nadie puede pagar. En definitiva, que no me alcance para lo básico. Esa es la economía real, la que no se mide en los noticieros, pero que decide cómo amanezco todos los días.
Y ahí está la trampa. Nos quieren convencer de que el humor de los mercados es el mismo que el nuestro. Que si a Wall Street le gusta lo que pasa acá, entonces la vida va a mejorar. Pero no. Lo que a ellos les genera “Confianza” a mí me genera miedo. Porque sé que detrás de cada dólar prestado, de cada tasa que aceptamos, está mi futuro empeñado y mi presente achicado.
El país oficial habla en cifras y tecnicismos. El país real habla en changas, en changuitos vacíos, en sueldos evaporados por la inflación. El país de los de arriba discute “Reservas” y “Swaps”. El de los de abajo se pregunta cómo pagar la garrafa.
Mi riesgo país no cotiza en Bloomberg. No aparece en un gráfico de JP Morgan. Mi riesgo país es no llegar a fin de mes, es elegir entre luz o remedios, entre útiles o zapatillas. Ese es el índice que debería importar.
Mientras tanto, nos siguen vendiendo el mismo cuento: que hay que sacrificarse hoy para crecer mañana. Pero llevo años escuchando esa canción, y mañana nunca llega. El sacrificio siempre cae sobre los mismos. Y la fiesta, siempre del otro lado del vidrio.
Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”