Sacudir la modorra comunitaria…
Hay algo más difícil que levantar a un pueblo dormido: convencerlo de que está dormido.
La modorra comunitaria no llega de un día para el otro. Se instala de a poco, como una humedad persistente en las paredes del pensamiento colectivo. Empieza con la frase “Acá siempre fue así”, se fortalece con él “Para qué cambiar”, y se consagra con el “Mejor no te metas”. Así, entre la comodidad de lo conocido y el miedo al movimiento, una comunidad entera puede quedar atrapada en la quietud de lo previsible, gestionada por los mismos de siempre, sostenida por estructuras tan vetustas como inamovibles.
Pero lo más alarmante no es que no pase nada. Lo más alarmante es que naturalicemos que no pase.
En ese ecosistema de repeticiones y silencios, la portación de apellido se vuelve un título nobiliario más valioso que cualquier formación, trayectoria o compromiso. Si sos hijo, nieto o sobrino de alguien, ya tenés medio camino hecho, aunque no tengas ni una idea ni una convicción. Como decía la señorita maestra, podés ser “Un zapallo con ojos” y aun así ocupar el cargo, firmar el acta, levantar la mano en una sesión o, peor, nunca levantar nada.
Y mientras tanto, ¿Quién queda afuera? Quedan los que no tienen padrino ni apellido, pero sí ideas. Los que se prepararon, los que estudian, los que caminan el barrio, los que escuchan, los que construyen sin cartel ni cámaras. Quedan los que podrían cambiar las cosas, pero se topan una y otra vez con el techo invisible del “No sos de los nuestros”.
Entonces la pregunta es: ¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo vamos a seguir rindiendo pleitesía a estructuras que ya no funcionan? ¿Hasta cuándo vamos a confundir estabilidad con estancamiento? ¿Hasta cuándo vamos a dejar que la política local, las instituciones intermedias, las comisiones barriales o los clubes sigan siendo un feudo hereditario disfrazado de comunidad organizada?
Sacudir la modorra implica incomodar. No con escándalo, sino con propuestas. No con ruido vacío, sino con trabajo serio, colectivo y persistente. Hay que dejar de tenerle miedo al cambio, porque lo que da miedo de verdad es seguir igual.
La comunidad se despierta cuando se enciende el pensamiento crítico, cuando la participación deja de ser un gesto simbólico y se vuelve compromiso cotidiano. Cuando dejamos de votar por apellido y empezamos a exigir capacidad. Cuando nos animamos a decir que no alcanza con ser “Buena gente” si no hay vocación, si no hay visión, si no hay un plan.
Cambiar no es traicionar tradiciones. Cambiar es honrarlas, adaptándolas a los desafíos del presente. Los pueblos que no se renuevan se marchitan. Y eso, más temprano que tarde, también nos pasa factura a todos.
Es tiempo de mover la estantería. No por rebeldía estéril, sino por responsabilidad histórica. Porque si no lo hacemos nosotros, ¿Quién lo va a hacer?
Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”