Una historia de hegemonías: lo que el PRO le hizo a la UCR…

Una historia de hegemonías: lo que el PRO le hizo a la UCR…
Cuando el PRO consolidó su liderazgo dentro de Cambiemos (luego Juntos por el Cambio), su relación con la UCR fue, en el mejor de los casos, utilitaria. Aunque los radicales ofrecieron estructura territorial, presencia en el interior y dirigentes con experiencia de gobierno, el macrismo se encargó de invisibilizarlos en la toma de decisiones. Los cargos clave en el gabinete, las listas de legisladores nacionales y el control político se concentraron en el núcleo duro del PRO, relegando a la UCR a un rol testimonial.
Esta estrategia funcionó durante un tiempo: Mauricio Macri capitalizó la fragmentación del peronismo y logró llegar a la presidencia. Sin embargo, sembró un malestar interno en la coalición, que terminó resquebrajándose cuando Cambiemos dejó el poder en 2019. Esa historia se repite hoy, pero con el PRO en el lugar del socio secundario.
El ascenso vertiginoso de Javier Milei y La Libertad Avanza ha desplazado al PRO del centro del escenario. Mauricio Macri, astuto y siempre enfocado en el pragmatismo electoral, vio en Milei una oportunidad de recuperar influencia, incluso si eso significaba diluir al partido que él mismo fundó. Sin embargo, el acuerdo entre ambos espacios no está basado en una distribución de poder equitativa, sino en la lógica de la subordinación: el PRO deberá aceptar pocos lugares en las listas, y esos lugares estarán sujetos al visto bueno de Karina Milei, la hermana del presidente y guardiana celosa de su proyecto político.
Así, dirigentes como Patricia Bullrich o Cristian Ritondo han pasado a un segundo plano, y muchos cuadros del PRO se debaten entre aceptar condiciones humillantes o quedar afuera de la próxima contienda electoral. El partido que antes decidía quién entraba y quién no, ahora espera su turno en la fila.
Poder sin partido, control sin estructura… La figura de Karina Milei merece un análisis aparte. Sin trayectoria política ni militancia formal, ha logrado convertirse en la persona más poderosa detrás del presidente. Es quien define candidaturas, filtra alianzas y cuida celosamente la identidad libertaria, al punto de vetar a dirigentes con pasado político o modales demasiado institucionales. Su rol no es el de una operadora clásica ni el de una jefa de gabinete; su poder radica en su acceso exclusivo al presidente y en la fe ciega que él deposita en ella.
En este contexto, el PRO no negocia con un partido estructurado, sino con un círculo cerrado de decisiones personalistas, verticalistas y desconfiadas. Karina no concede por estrategia sino por conveniencia absoluta. Su mirada es excluyente: quiere pureza ideológica, lealtad incondicional y obediencia táctica. Para un partido como el PRO, acostumbrado a decidir desde el centro del poder, esta dinámica es incómoda, incluso humillante.
La política argentina ha demostrado que las alianzas construidas desde la desigualdad tienden a romperse o a generar conflictos internos. El PRO supo imponer esa lógica con la UCR, y ahora la sufre en carne propia con La Libertad Avanza. El presente les devuelve la misma moneda: pocos lugares, nula capacidad de incidencia, y una conducción férrea a cargo de una figura sin institucionalidad partidaria.
El dilema para el PRO es claro: aceptar un rol subalterno a cambio de seguir en el juego, o intentar recuperar una autonomía que hoy parece lejana. En cualquier caso, el acuerdo con LLA es un espejo incómodo. Un reflejo de cómo el poder, cuando se ejerce sin equilibrios, termina por invertirse. Lo que ayer fue hegemonía, hoy es dependencia. Lo que antes se ofrecía con soberbia, ahora se mendiga con resignación.

Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”