Camino a octubre: salir del discurso, volver a la política.
Las campañas electorales suelen parecerse demasiado entre sí: eslóganes reciclados, promesas hechas al apuro, culpables señalados con el dedo y una ciudadanía convertida en público pasivo, atrapada entre fanatismos enfrentados. El calendario marca la cercanía de octubre y, con él, una nueva elección. Pero la pregunta no debería ser solo quién gana, sino cómo queremos discutir lo que viene.
En este presente saturado de consignas vacías, la política se ha convertido en una batalla de discursos antes que en una herramienta de transformación. Nos enfrentamos a facciones cada vez más fanatizadas, que parecen hablarse solo entre sí, ensimismadas en su propia épica, incapaces de construir puentes hacia el otro. Y mientras los extremos gritan, el grueso de la ciudadanía queda afuera: desconectada, descreída, sin representación real. Es en ese silencio, el del medio que no grita, donde puede empezar algo distinto.
Salir del discurso actual no es renunciar a la política, sino volver a ella. Porque lo que tenemos hoy no es política, sino espectáculo. La política verdadera exige diagnóstico, responsabilidad y visión de futuro. Implica hacerse cargo sin culpar siempre a otros, sin reducir el debate a slogans, sin caer en el cinismo fácil ni en el odio como estrategia.
La repetición cíclica de “se van estos y vuelven los mismos” no es un accidente, sino el resultado de una dinámica que no cambia de fondo. Alternancia sin transformación. Voto castigo sin esperanza. Renovación de nombres, pero no de ideas. Y en ese marco, el sistema entero pierde legitimidad. La pregunta es: ¿Cómo construimos una alternativa real sin caer en el espejismo de lo “Nuevo” que no propone nada distinto?
Una propuesta superadora no necesita inventar todo de cero. Pero sí tiene que volver a poner en el centro lo que hoy está ausente: contenido. Política pública en serio. Diagnóstico de la realidad sin maquillaje. Debate sin chicanas. Escucha real. El problema no es solo qué se dice, sino desde dónde y para qué. No alcanza con tener razón; hay que construir sentido común, conectar con el ciudadano de a pie y ofrecer un camino concreto, no solo una catarsis colectiva.
No es ingenuidad pedir una campaña sin odio; es madurez democrática. Y no se trata de ser tibios, sino de ser claros. El país necesita reformas profundas, pero no podrá encararlas si seguimos discutiendo en un ring. Hay que volver a hablarle al que no grita, al que no milita, al que no se fanatiza, pero que quiere vivir mejor y está dispuesto a involucrarse si le ofrecen algo más que promesas.
Camino a octubre, no se trata solo de cambiar nombres, sino de cambiar el tono y el fondo del debate. Porque si no discutimos en serio, si no salimos del discurso hueco, si no dejamos atrás la lógica de culpables y salvadores, lo que venga después de octubre será apenas un nuevo capítulo de una historia ya conocida.
Redacción: Fm 98.7 “Un nuevo concepto en radio”